Racismo y periodismo ineficiente

miércoles 3 de junio de 2020

miércoles 3 de junio de 2020

Preocupa que un medio de comunicación, cuyo alcance sea el que sea, publique en sus redes sociales un comentario como este. Pero es que la noticia, ni de lejos, es mejor. Llena de inexactitudes, instrumentaliza los indicadores -que considera fuentes-, a voluntad.

No es solo un problema de ética, sino de responsabilidad y ejercicio periodístico.

Contexto:

En la última semana, Minneapolis y la política de los EE. UU. se encuentra inmersa en un clima de tensión y protesta de diferentes comunidades por la muerte de un hombre negro a manos de un policía blanco en un arresto. Un hecho que no es nuevo, fruto de centenares de años de una cultura global racial basada en la supremacía blanca y heredera del ejercicio del colonialismo, tantos años naturalizado e incluso disculpado.

Este ejercicio de violencia abre un debate y malestar sobre la brutalidad policial y sus técnicas de arresto, control y represión, y el racismo institucionalizado que se deriva de unas prácticas criminalizadoras que han convertido los colectivos reacializados e históricamente marginalizados en aquel sector de la población que más presencia tiene en las prisiones y que se identifican como ‘naturalmente’ problemáticas.

El artículo que nos ocupa, quiere centrar este debate apelando al pensamiento ‘lógico’ y ‘racional’ para intentar presentar una mirada objetiva que desvincule ‘racismo y brutalidad’. Ahora bien, su argumentación está llena de aseveraciones inexactas tanto en el ámbito científico como periodístico.

Primero:

El artículo empieza mencionando que un policía ha matado a un hombre de «raza negra». A estas alturas, charlar de razas, es un error. No hay razas sino procesos de racialitzación. Un proceso que, a lo largo del colonialismo, y acompañado de un cientifismo insistente en demostrar la supremacía de los colonizadores (blancos, europeos), se dedicó a catalogar las diferencias conductuales y antropomórficas entre personas de diferentes orígenes culturales y territoriales. Pasando por alto, entre otras cosas, los sistemas de relaciones que las culturas han construido con su entorno -la mirada europea estaba estupefacta con el hecho que fueran ‘desnudados’ y vivieran asilvestrados-; pasando por alto sus sistemas de relación y gobernanza -que vivieran todos en comunidad o en comunes fue identificado como anti-higiènico, como poco-; e imponiendo de este modo las ideas de cultura, educación, civilización, política y economía de los europeos no como aquella más efectiva en términos de productividad sino también como las más justas y las más dignas.

Más allá de este ejercicio profundamente ideológico, el término raza se encuentra más que cuestionado a ojos de la ciencia.

Segundo:

Los indicadores no pueden considerarse fuentes neutras solo por qué existen. Tenemos que pensar y saber interpretar los datos. Tener en cuenta que alguien las habrá creado persiguiendo algún interés concreto. Sobre todo si atendemos a la vigilancia epistemológica que toda profesión vinculada con el pensamiento institucional, educación y periodismo sin ir más lejos, tiene que tener en cuenta para interrogarlas a la luz de la verdad. Un ejercicio que la sociología de la comunicación ha trabajado ampliamente. Un ejercicio, el de la objetividad, que implica no solo contrarrestar los datos sino también cuestionarlos. Muchas veces el sentido común es el que tendría que acompañar este ejercicio de vigilancia u objetividad. Sentido común del que Salvador Cardús, reputado sociólogo especializado en comunicación (@salvadorcardus), lamentaba como síntoma del mal del relativismo contemporáneo, que ha convertido a la profesión periodística entre holgazana y obsesionada por el datismo y el impacto.

Dar por verídica la afirmación enmascarada de una falsa lógica que sentencia que si bien la población negra no es más que el 12% del total, pero son el 70% de las personas vinculadas con el tráfico de drogas, tendría que exclamar por ella misma. No solo por la poca razonabilidad que tiene la afirmación -¿de verdad creemos que solo un sector de la sociedad trafica?-; sino por qué, en ella misma, subscribe todos los prejuicios ideológicos consolidados en el colonialismo que, a lo largo de los años, se han naturalizado como prejuicios socioculturales y socioeconómicos. Subscribe la mala idea que la ‘raza’ negra es salvaje, está por educar y civilizar y, claro está, son el mal de nuestra sociedad.

Ni un solo comentario a los factores o a los condicionantes contextuales, ambientales, económicos, etc. que expliquen los procesos de empobrecimiento, marginalización y violencia sistémica que recae sobre la población racializada. Ni una sola palabra o interrogación de los datos que ponen en evidencia que, debido a la desigualdad económica y rechazo social, se obligue a vivir a las personas marginalizadas por el sistema en barrios periféricos con poca infraestructura, alejada de la neuralgia de la participación social, económica y cultural; que debido a la desigualdad social y cultural, tengan dificultades a acceder a la cultura educativa y laboral hegemónica. Que explique que se convierten en población ‘vigilada’ a ojos de quien defienden un orden social basado en un ejercicio occidentalista y clasista. Si hay una idea de heroicidad que defiende ciertos comportamientos como civilizados en detrimento de otros, siempre habrá la identificación de la anti-heroicidad, la construcción institucional de las perfectas amenazas al sistema.

En el momento en que nos creemos los datos o las fuentes que se legitiman sobre una premisa objetivamente injusta e imposible -gran error periodístico-, perdemos todo ejercicio de objetividad, lógica y racionalidad.

Tercera:

Hay un problema ideológico de fondo en la afirmación del artículo al defender que «no se puede vincular la violencia institucional con la brutalidad policial». Más que un problema, es demostrar un fuerte desconocimiento sobre el ejercicio ideológico en sí mismo. Es demostrar un fuerte desconocimiento de los mecanismos sobre los que se construyen los discursos del odio -racistas, misóginos, de clase, culturales, etc.- que, no son otras, que los de la violencia.

Si tenemos unos datos que, en ellos mismas, revelan injusticia y que son fruto de fiscalizar ciertos colectivos y personas por encima de otros. Si no sabemos interrogarlas: ¿para qué economías se trafica en drogas? Si no sabemos reconocer la misma estructura como jerárquica y violenta en sí misma, nunca podremos ser profesionales de la comunicación. El trabajo de quien comunica es estudiar de manera continuada. Formarse, precisamente, sobre aquello que informa que no es nada más que la realidad social. Por lo tanto, ante un artículo como este, pretendidamente lógico y racional, falta lo más fundamental: conocer la historia, conocer nuestra realidad.

Cuarta:

En este artículo se niega el derecho a la propia voz de quien la protagoniza. Porque se entienda, es una suerte de whitesplaining: tú te quejas, pero yo te explico la verdad. Ejercicio que desautoriza la realidad y las voces de las personas que, no lo confundamos, no se quejan sino que elevan a una protesta organizada una injusticia histórica encara hoy no resuelta. Una injusticia que ha naturalizado la violencia y racismo institucional. No reconoce las voces de las personas negras como autorizadas. Las corrige a golpe de lógica occidentalista, por más que esta lógica esté llena de inexactitudes, incoherencias, y profundamente tendenciosa.

El intento de despolitizar la noticia haciendo referencia al historial policial de la persona asesinada, justifica la acción brutal, justifica el sesgo racialitzador, saltándose lo más evidente: no ha sido una muerte sino un homicidio.

*Alerta, por favor. Esta sociedad post-Covid19 a la que queremos dar forma nos encontraremos con acciones humanas injustas y un clima informativo que apoyará a las hegemonías y defensa de privilegio. Vigilemos, por favor, en no autorizarlas ni al entrar en debates estériles. La subjetividad, la injusticia y el privilegio pueden desmontarse en sí mismas. Hagamos este ejercicio.

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