#Covid19 y repensar la cultura laboral

lunes 18 de mayo de 2020

lunes 18 de mayo de 2020

Hace unos días, en pleno estado de confinamiento, apuntábamos la necesidad de reflexionar sobre el valor de lo esencial en términos humanos, naturales y económicos. Ahora, en proceso de desconfinamiento, y pensando en como reorganizar y redistribuir una sociedad post-Covid19 que nos permita un nuevo cambio de modelo, es urgente hacer patente todo lo que hemos aprendido para garantizar políticas transformadoras. Y este proceso no será posible si no hay un cambio de mirada sobre qué significa el acceso y la participación económica y social de las personas a escala global.

Desde diferentes medios generalistas y de distribución masiva, se han ido publicando diferentes noticias que documentan las limitaciones económicas, la mala gestión y la precariedad de aquellos trabajos que se consideran esenciales. Desde las vinculadas con el campo de los cuidados, pasando por el sector servicios, hasta el trabajo de la recolección de alimentos. Todos indispensables para el sostenimiento de la vida humana. Si hace unos días poníamos una alerta sobre como la necesidad de garantizar los trabajos en el campo podía instrumentalizar el derecho a tener papeles para aquellas personas en un estado burocrático irregular, hace poco se publicaba otra noticia con el siguiente titular «De propietaria de pisos de Airbnb a temporera de la hueva para pagar las facturas».

En él se hace referencia a como la nueva situación conmina a repensar las expectativas sociolaborales actuales. A veces, teniendo que aceptar puestos de trabajo que nunca hubiéramos pensado ocupar. Pero tras el titular y narración se esconde una línea ideológica que tiene sus contra efectos y que hay que tener en cuenta.

Almonte/Huelva/10-05-2020: Ángela es propietaria de viviendas turísticas de alquiler en Conil (Cádiz), debido a la crisis por el COVID-19, se ha visto obligada a trabajar en la campaña del fruto rojo en Almonte, Huelva. FOTO: PACO PUENTES/EL PAIS

El artículo se construye sobre una comparativa de expectativas socioeconómicas que contribuye a seguir estigmatizando ciertas oportunidades laborales. Una estigmatización o discriminación que comporta una cultura de la competitividad que es el que, en definitiva, permite un sistema de explotación humana y de recursos naturales.

Realmente, y con la que está cayendo, ¿merecemos un titular que lamente el verse obligada encontrar trabajo como jornaleras por qué ya no podemos seguir con el trabajo que teníamos? Más allá de la pérdida del proyecto propio que esto supone, y ante el que cualquier persona tiene derecho a lamentar, ¿es justo hacer esta comparativa para evidenciar la magnitud de la tragedia? ¿A qué le damos más valor? ¿Cuál es la idea del éxito o estatus social que estamos naturalizando con esta afirmación? ¿El punto de vista del artículo, es consciente de que miles de personas no tiene ni siquiera el derecho a este lamento? ¿Es consciente que, durante cientos de años, los oídos sordos a este lamento nos ha permitido la normalización de una explotación?

Toda una serie de preguntas que, en el artículo, quedan obviadas y que enmascaran las posibilidades de acceso a las que las personas nos vemos condicionadas. Mientras promocionamos espacios laborales que especulan con derechos básicos como el acceso a la vivienda, obviamos el sesgo segregador que estos accesos suponen por razón de clase, origen, sexo, etc.

Si realmente queremos una transformación social, tenemos que repensar cuál es el valor de lo esencial y, sobre todo, huir de posicionamientos condescendientes cuando reflexionamos sobre los retos que hay que asumir para una redistribución social. Nuestro sistema es el que ha creado estas limitaciones. No es que no se pueda charlar de que todo el mundo -seas administradora de un piso de alquiler turístico, seas psicóloga, o seas trabajadora del hogar- nos encontraremos con el mismo horizonte de precarización que se acontece. Se trata de partir de otra mirada. Un nuevo punto de partida desde donde reconocer que hasta ahora no lo hemos hecho bien. Que detecte y reconozca los agujeros del sistema creados. Agujeros que si bien por algunas personas han supuesto enriquecimiento, también son los que nos condenan a un crecimiento especulativo.

Hacernos una fotografía con personas y colectivos históricamente explotados y ninguneados para tirar un mensaje de «ahora yo también estoy aquí y formo parte» no transforma. No lo hace, si es que no implica aprendizaje, reconstrucción y redistribución.

¿Sabremos recomponer nuestra cultura económica y laboral? ¿Sabremos huir de la explotación y precariedad necesarias para mantener un falso equilibrio?

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