Lo indigno del periodismo racializador

por admin

miércoles 23 de diciembre de 2020

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miércoles 23 de diciembre de 2020

#COOPERARNUEVANORMALIDAD

Son muchas las noticias que, en los últimos años, nos han ido informando sobre como la ciudad se ha ido modificando al compás de la racionalidad económica -hablamos de Palma pero nos podemos referir en cualquier ciudad-. Crónicas que han relatado la continua cimentación del litoral a favor de un turismo de masas y la construcción de conglomerados de segundas residencias, o como la gentrificación de barrios de la ciudad que ha provocado el cierre de comercios locales y el abandono de comunidades de vecinos de toda la vida que no han podido sobrevivir a la especulación inmobiliaria. Noticias que, desgraciadamente, más allá de relatar la transformación urbanística y dar voz a algunas historias de vida y comercio local, no han tenido la capacidad de impulsar una crítica y una revisión al nuestra modelo y cultura económica.

Añadido a esta inercia, el Covid19 supone una causa más de transformación urbanística y vital. Innecesario es decir que la pandemia ha tenido efectos devastadores para miles de personas. El confinamiento y las posteriores medidas gubernamentales y administrativas de contención, han afectado muchísimo a la cultura laboral. Así, sabemos de gente que aun acogiéndose a los ERTE, ha visto sus sueldos reducidos y han sido conducidos a una aceleración en la finalización de sus contratos o períodos de prueba. También de otras personas que, inmersas en la economía sumergida o en las lógicas de la cultura del trabajo autónomo, se han encontrado una oferta laboral más que limitada o directamente reducida a cero. Una realidad que ha acentuado la tensión social ante la incertidumbre; que ha impedido a muchas personas un acceso a recursos indispensables y de primera necesidad; y que comporta el aumento o un abocamiento hacia la normalización de una precariedad estable ante la feroz competitividad que, a pesar del nuevo escenario, sigue regulando los procesos de acceso y participación social (consumo, educación, sanidad, vida digna). Además, hemos sido otra vez testigos de cierres de establecimientos, espacios culturales y negocios de ocio y consumo que no han podido hacer frente al confinamiento durante y después del confinamiento: reducción de aforo, prohibición de uso de determinados espacios, horarios reducidos, etc. A esta situación se tiene que añadir la pérdida de costumbre y el miedo de la ciudadanía a volver a apropiarse de los espacios públicos. Principales motivos, todos estos, a partir de los que hoy se relata la modificación del espacio urbano y la fatalidad que este puede suponer sobre se historias de vida que los habitan.

Así las cosas, no es extraño, que el malestar ocupe y preocupe al sentir social y que el periodismo se haga eco, tal como materializa la noticia que enuncia que uno de los establecimientos familiares y emblemáticos de ciudad, el Bar Mónaco, se vea obligado a cerrar. Una historia a relatar muy legítima pues supone la pérdida de una «parroquia» habitual y de un proyecto vital. Y está bien que el malestar ocupe el relato, pero no tanto que este malestar se revele contra la propia comunidad. Y en este punto, el ejercicio periodístico, podría haber evitado la fuga del enojo mal llevado.

En el caso de que nos ocupa, el titular clama al cielo. Pues nos encontramos ante un ejercicio periodístico que, de manera premeditada, escoge uno de los carteles que el local ha colgado a las ventanas en forma de protesta para reproducirlo como titular. Y no es un cartel cualquiera. Hay algunos que se quejan de las decisiones políticas y administrativas, y otros que hacen crítica a las condiciones laborales del régimen de autónomos, tal como después se ilustra en las fotografías que acompañan el relato. Pero buscando la cultura del impacto esta noticia ha decidido reproducir en el titular el cartel donde se expresa el malestar a través de un mensaje xenofobo. ¿Es la función del periodismo corregir o denunciar la voluntad de la propietaria? Necesariamente, no. Ahora bien, ante tal afirmación -a no ser que quien firma la noticia esté de acuerdo con ella-, el ejercicio periodístico sí es responsable de una práctica informativa crítica. .

Con este titular, lo que quiere ser una noticia que dé cuentas del malestar del sector se ha convertido un ejercicio periodístico tendencioso, connivente con los discursos xenofobos y racistas en un juego de manipulación informativa sensacionalista y negacionista. Ya no es la Covid19 y las medidas restrictivas, acertadas o no, las que comportan este escenario económico. Al parecer, son las supuestas ayudas -existentes o no- que el gobierno pone a disposición de las personas más vulneradas las que ponen en peligro la economía local.

Un buen ejercicio periodístico no hubiera reproducido este prejuicio y afirmación falsa en el titular, sin que en su narración se analizaran los claros-oscuros y la gran complejidad e injusticia del malestar. Y esto no quiere decir que no se pueda reflexionar sobre la inconveniencia de las medidas gubernamentales. Quiere decir que, también, se tiene que reflexionar sobre el mal colateral del malestar, cada vez más extendido y más evidente: el repunte de las discursos del odio.

El mal ejercicio periodístico, tiende a neutralizar y normalizar la narración y el orden social a partir de una sola voz: la de la ideología hegemónica neoliberal. Sea al precio de promover una economía especulativa -se tiende a culpar la no competitividad para normalizar la turistificació de la ciudad-, sea al precio de negar el Covid19 como enemigo común -es más fácil culpar «al otro inmigrante» para justificar que nuestra cultura económica no ha puesto nunca la vida en el centro-.

Un buen ejercicio periodístico no pasa, necesariamente, para amonestar la propietaria del bar. Pero si pasa para detectar y denunciar las opiniones personales que hacen públicas y promueven noticias falsas y una convivencia xenofoba y racista. Cuanto menos, cuestionarlas y no darle un espacio de privilegio, como es un titular, otorgando el derecho a explicar en primera persona que el malestar de la protagonista es superior a los otros malestares. ¿O es que se nos quiere hacer creer que no se sabe que las nuevas precariedades a las que nos enfrentamos se suman a las precariedades sistémicas por cuestiones de clase, sexo, sexualidad, cultura, origen y un largo etcétera sobre las que se ha construido la cultura del éxito, la competitividad y el privilegio?

Sin contrastar o poner de manifiesto la falsedad del cartel, no se hace buen periodismo. Sin hacer pedagogía de que la crisis afecta todas las personas y, sabido, a unas más que las otras, no se hace buen periodismo. Explicar que la importancia del impacto del malestar y la crisis es proporcional a la cultura del privilegio, no es buen periodismo.

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