Opinión crítica: #Covid19 y qué podemos aprender de los feminismos comunitarios

miércoles 22 de abril de 2020

miércoles 22 de abril de 2020

Estos días, observamos una tendencia generalizada en los medios de comunicación a al hora de dar cobertura a las situaciones y efectos del Covid19. A remolque de una cultura informativa asimilada a lo largo de los años que prioriza el alcance de su impacto, se generan toda una serie de noticias e informaciones que, en sus narraciones, incorporan un vocabulario que bebe de las narrativas bélicas y de combate (históricamente patriarcales). De este modo, no es extraño que hayamos leído o oído argumentos similares a que el sacrificio del confinamiento podrá ‘combatir’ el virus; que recibimos aviones cargados de productos sanitarios para ‘combatir’ el virus; o que lo más importante es no perder ‘la moral de la victoria’ que demostramos todos los días a las 20h cuando salimos a aplaudir y celebrar la vida en el balcón. Todo ello, una interpelación más o menos directa a una moral de la victoria y cultura del sacrificio que, de manera paradójica, también da pie a los repuntes de los discursos del odio que, desde aquí, tanto hemos denunciado. Si estamos en guerra, más allá del virus, no es extraño que nos preocupe detectar e identificar quién es el enemigo ¿verdad?

Tomar un tiempo para analizar como se relatan las realidades y el vocabulario a partir del que damos forma a aquello que referenciamos (no reflejamos), es importante. Pues relatar no es nada más que dar forma a un orden narrativo a partir del que podremos pensar la orden social en que vivimos. Si los órdenes narrativos se escriben en sintonía a los órdenes sociales, de alguna manera los validamos y los razonamos. En este momento, merece la pena hacer un apunte para mencionar que por orden social se entiende la manera en cómo hemos ‘normalizado’ lo que se cree importante en nuestras vidas. Un orden social validado a lo largo del tiempo por los intereses del poder: patriarcado, colonialismo, individualismo, clasismo, sentimiento de la propiedad, entre otros cosas. Si por el contrario, los órdenes narrativos abren rendijas, amplían y, incluso cuestionan los órdenes sociales, puede ser que el relato se convierta en una herramienta transformadora. Una herramienta que nos sirva para reflexionar sobre el lugar que ocupamos en el mundo, y sobre las relaciones que mantenemos con las diferentes realidades sociales. Un ejercicio que, en un momento en el que la cultura de la vida, la cura, la interdependencia y la cooperación se han revelado como las culturas esenciales y que hacen posibles la sostenibilidad de la ecovida, nos es más urgente que nunca.

A pesar de que, en términos generales, nuestra cultura occidentalista acaba de poner sobre la mesa la necesidad de caminar hacia una transformación social, los feminismos comunitarios ya hace mucho que lo saben. Así lo demuestra, y así lo proponemos aprender, en el artículo que compartimos hoy que resume una conversación coral mantenida el pasado 6 de abril donde intervinieron de manera colectiva diferentes mujeres defensoras de la tierra «Hablemos de vida: las defensoras del territorio y los bienes comunes aportan supiste y alternativas frente a la crisis actual’. Una aproximación y lectura a una narrativa que supone transformar de diferentes maneras nuestro modelo comunicativo, nuestra cultura de la información y, en consecuencia, una mirada transformadora a la orden social imperante.

De las cosas que más maravillan, es la precisión con la que se emplea y se utiliza el vocabulario. Este colectivo de mujeres y de saberes, sin renunciar a su autoconciencia como alternativa a los modelos y funcionamientos de vida normalizados a nivel mundial, abren y comparten quienes son, de donde vienen, y hacia donde van, desde el reconocimiento de un internacionalismo plurinacional y en respeto y promoción a una dignidad intergeneracional. Palabras que fracturan el sentimiento de condescendencia o paternalista con que muchas veces, desde nuestros territorios, todavía hoy hablamos de multiculturalidad y convivencia intercultural, o desde un sentimiento individualista y de herencia colonial aun preocupada por la diferenciación cultural. Por lo tanto, la narración ya se sitúa en desde una posicionamiento y política transformadora, y más todavía cuando dejan constancia que esta identidad la deben a un conocimiento ancestral, otras generaciones, que hanatravesado la historia.

La narración es un mensaje propositivo, de reclamo, y no de lamento a la mirada y cultura occidentalista. En ella, apelan a una transformación que será posible si en paralelo la reparación de los procesos de marginalidad, explotación y empobrecimiento sistémico sobre los que hemos construido el sistema de relaciones internacionales, reconocemos las diferentes voces y saberes de las comunidades que han sufrido sus efectos. Un proceso de reconocimiento que no se reclama desde un deber moral sino por puro aprendizaje y responsabilidad, y que revertirá en la construcción de una cultura comunitaria. Procurar y aprender otras relaciones con los otros y el entorno a través de palabras como Tzk’at, que significa reciprocidad y complementariedad en los territorios maya; o Aura buni, Amurü nuni, yo por tú y tú por mi, según tradición garífuna. Un vocabulario propio de un sistema de relaciones que valora un compromiso con la comunidad, con la sostenibilidad, con el acompañamiento, con la resistencia, y el reconocimiento del otro.

Una nueva mirada que nos invita a cuestionarnos los privilegios, a reconocer que gestionamos a partir de unas relaciones de poder desigual. Necesario punto de partida para poder construir una solidaridad esférica, a nivel planetario. Aprender de y construir una nueva mirada para comprender lo que estamos viviendo. Apropiarnos de narrativas alternativas que contribuyen a una mirada holística y comunitaria, no de lucha, sino de reconocimiento y autoconciencia. Que conteste a la verticalidad y unidireccionalidad sobre el sistema de relaciones occidentalista e intruso mediante el que nos hemos relacionado y relacionamos con el planeta.

Finalmente, compartir y aprender de Angela Romero, una voz en justo sentimiento de pertenencia hacia el planeta.

«No soy dueña de la tierra. Soy parte de la tierra»

*Las palabras subrayadas son extraídas de la crónica que referenciamos, y son propuestas que podríamos incorporar a nuestras narrativas.

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