Hace unos días, una portada de un diario generalista abría con esta fotografía.
Muchas son las voces que se han dividido.
Unas, afines al derecho a la información, defienden el derecho a testimoniar las realidades de la pandemia. Un ejercicio de documentación foto-periodística en sintonía con los reportajes del «periodismo de guerra» que ha documentado, a lo largo de los años y en todo el mundo, conflictos bélicos y situaciones de empobrecimiento o pandemias.
Aquí el enlace de una noticia que defiende dicha posición: “No podemos hacernos una idea de la tragedia si no enseñamos la muerte”
Otras voces, ven en ella la instrumentalización de las muertes de algunas personas sin voz y nombre con las que convivimos, desde un sesgo sensacionalista y que busca el impacto tremendista.
Desde este dilema, muchas preguntas:
• ¿Toda imagen informa por sí misma?
• ¿Hemos construido una sociedad que solo cree lo que ve?
• ¿El derecho a la información implica documentar todo el que sucede, sin excepciones?
• ¿No documentar ciertas realidades, ‘infantiliza’ la opinión pública?
No es un debate nuevo dentro del periodismo y la cultura de la información. Tampoco dentro del mundo de la cooperación. El debate está abierto.
Aqunque quizá, el tema de trasfondo, es si solo sabemos apelar a la conciencia colectiva a través del impacto y la exposición sin concesiones de todo aquello que pasa.
¿Qué es más infantilitzador: ver para creer, o edulcorar la sensibilidad colectiva?
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